La Madre Teresa de Calcuta decía que la peor enfermedad del mundo de hoy no es la tuberculosis o la lepra sino el no sentirse amados o deseados, el sentirse abandonados.  “La medicina puede sanar las enfermedades del cuerpo, pero la única curación para la soledad, la desesperación y la falta de perspectivas, es el amor.  Existen numerosas personas en el mundo que mueren porque no tienen un pedazo de pan, pero un número todavía mayor mueren por la falta de amor”.

En efecto vivimos en una sociedad en que el verdadero amor es algo extraño.  Podemos correr el riesgo de ser como huérfanos, sin padre ni madre, abandonados cada uno a su propio destino individual. Y muchos aceptan con resignación esta condición.  Pero también podemos preguntarnos, qué cosas puede nacer en una familia o en una ciudad que es como un desierto de amor?  Sólo la hierba amarga y venenosa del individualismo que nos empuja a salvar egoístamente nuestro propio pellejo. Y eso es lo que escuchamos muchas veces en nuestros hogares desde pequeños: “piensa sólo en ti”, “sal adelante tú”, “defiéndete y gana como puedas”.

Ese es como el “evangelio del mundo” que se contrapone al Evangelio de Jesús.  El mismo Jesucristo experimentó esta tentación sobre la cruz.  El Evangelista Lucas en el capítulo 23 en su relato de la Pasión, escribe que todos (sacerdotes, soldados, el pueblo y uno de los dos ladrones le gritaban a Jesús: ¡Sálvate a ti mismo!  Esta fue su última y más peligrosa tentación.

Pero cómo podía salvarse a sí mismo si había venido para salvar a la humanidad: Que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mc 10,45).

Para todos nosotros el camino más fácil es, al contrario, buscar nuestra salvación personal, sobre todo cuando la inseguridad y los peligros nos acechan.  La defensa de sí mismo, del propio espacio, de los propios intereses, del propio dinero, ser convierte a veces en la primera y única preocupación.

Lo que hacemos es apagar el   sueño de una sociedad más solidaria y se crece en una ciudad de individuos fríos, calculadores y encerrados en sus mezquinos intereses.

Las consecuencias de lo anterior son evidentes:  privados de amor y de protección nos sentimos más débiles y más inseguros.  Hoy las personas buscan desesperadamente una tabla de salvación en la que puedan creer como sectas y grupos religiosos al gusto de cada uno. Otros, por ejemplo, buscan soluciones a sus angustias en la brujería, adivinación, lectura de cartas o del cigarrillo.  Pero la soledad que favorece la angustia y la infelicidad se cura sólo con el amor.

Si profundizamos en nuestro propia vocación nos damos cuenta que la soledad es la negación de nuestro ser.  Lo afirmó Dios mismo cuando creó a Adán.  Yahvé Dios cayó en la cuenta que Adán no era completo:  No es bueno que el hombre esté sólo.  Voy a hacerle una ayuda adecuada. (Gn 2,18).  Y le dio como compañera a  Eva.  Esta página de la Biblia nos recuerda  nuestra radical vocación al amor está inscrita en el corazón de cada uno de nosotros.

He aquí porque como seres solitarios se esta mal, sin alguno a quien amar la vida se convierte en un infierno.  Y sobre este fundamento se establece la primera la primera forma del amar: la familia, pero también, todas las otras formas de comunión humana.  Podemos concluir que el amor está inscrito en los mismos cromosomas de toda persona humana.  Ninguno por eso puede vivir desligado de los otros  y existir como ser solitario. Y no podía ser de otra manera por el hecho de que el hombre es hecho a imagen y semejanza de Dios. Y Dios nos es sólo, es una “Comunidad de Amor y de Vida”, el misterio de la Santísima Trinidad.  También cuando oramos a ese Dios-Amor vivimos una bella experiencia de comunión.  Benedicto XVI ha afirmado que el que ora nunca está totalmente sólo.

Los recuerdo a todos con cariño sacerdotal y los entrego, en mi oración a los corazones amantes de Jesús y de María,

P. Raúl Téllez V. CJM

PASTORAL FAMILIAR MINUTO DE DIOS


No solo parejas, también familias!