“Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán: Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob…  David engendró de la mujer de Urías a Salomón…  Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel… y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nación Jesús, llamado el Cristo”.

Así que el total de las generaciones son: desde Abrahán hasta David, catorce generaciones; desde David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones”. (Cfr. Mateo 1, 1-17).

La genealogía nos ayuda a conocer nuestros orígenes, nuestras raíces.  Para los judíos era muy importante conservar viva la memoria de sus antepasados.  De esta manera, el nacimiento de Jesús queda vinculado a la historia de un pueblo, Israel; una historia cargada de promesas y esperanzas (de parte de Dios), pero también de fragilidad y de pecado (de parte del hombre).  Una pequeña historia, en definitiva, que nos representa y de la que dependerá toda la historia humana.

El Evangelio de Mateo nos está hablando de una historia  real y concreta, una historia de hombres y mujeres que evocan todo lo que de bueno, de frágil, de éxito y de fracaso, de dolor y de sufrimiento existen en la familia humana: patriarcas, sabios y profetas; buenos y malos gobernantes, trabajadores, campesinos, desterrados, esclavos, emigrantes y prostitutas.

El Mesías debería descender de David.  Pues bien, Jesucristo desciende de David.  Por eso divide la genealogía en tres partes, compuesta cada una de catorce nombres. El número 14 por ser el doble de 7 indica perfección y plenitud.  Aquí significaría la perfección y providencia especial de Dios en la disposición de toda la historia salvífica anterior, que culmina en Cristo.

¿Quién al leer esta primera página del evangelio, se sentirá excluido de la familia de Jesús?  La cadena de generaciones desemboca por fin en el último eslabón, no uno más, sino único, definitivo y extraordinario: un nacido de la “Virgen María”: “Jesús, llamado el Cristo” (v. 16).

La familia es el punto principal, la opción más importante de la vida del ser humano; por consiguiente, entra en las preocupaciones que tenemos: cómo hacer para que las personas cada vez más se preparen para esta opción de vida. Todas las cosas grandes se preparan, no se improvisan, pero muchas veces la opción más grande de la vida que es el amor y la familia se improvisan. A veces tenemos familias que comienzan por un error y no por una opción en libertad. Preparar esta opción de vida es tal vez el objetivo más grande de toda evangelización y de la pastoral familiar.

Hoy en muchas personas se siente  la falta de raíces.  Y sin raíces un árbol no puede crecer ni dar sombra a otros.  Cuando dos personas que no han recibido ni en su familia ni en la fe unas raíces profundas desde las que poder vivir, generalmente desean darse mutuo apoyo en la nueva familia que han formado: anhelan la familia como lugar de seguridad, de bienestar, de paz, de acogida, comprensión totales.  Quieren que la familia sustituya lo que hasta ese momento han echado de menos en sus familias de origen.

Lo malo es que quieren que la nueva familia les aporte de un solo golpe lo que ellas mismas no tienen. En este caso, el uno se aferra al otro y espera de él apoyo y seguridad absolutos. Pero ningún ser humano puede dar algo absoluto.  Sólo Dios puede hacerlo.

Toda persona ha experimentado en su familia lo que es una raíz.  Aun cuando los padres no pudieran dar tanto como se esperaba de ellos, dieron los que les fue posible. Y uno debería aceptarlo con agradecimiento.  Tales raíces, que cada cual ha recibido de su padre y de su madre, son el amor que éstos le dispensaron.  Hicieron muchísimo por uno, se preocuparon, lo acompañaron, le dieron apoyo y seguridad. La raíz que hemos recibido de los padres, es también la filosofía vital por la que ellos orientaron su vida. Podemos descubrir dicha filosofía vital cuando nos preguntamos por las frases sabias o dichos populares con que reaccionaban ante situaciones difíciles.

Un joven contaba cómo siempre le había fascinado que su padre, ante cualquier dificultad, dijera: “en el nombre de Dios”.  Ante las dificultades no se dejaba llenar de miedo, sino que las vencía con la confianza en Dios. Yo mismo escuché de mi madre y de varios sacerdotes cuando niño la expresión “sangre de Cristo protégenos”. Esta invocación aparece instintivamente  cuando me encuentro en situaciones difíciles.

Nuestras raíces, sin embargo, no se basan sólo en los padres.  Hemos crecido en un entorno religioso y social.  Algunos hablan de sus raíces en la parroquia o en una Comunidad como “Alegría”.  Allí se sintieron seguros.  Allí como monaguillos o como lectores o cantores, encontraron en la Iglesia un hogar.  Esto fortaleció sus raíces espirituales.  Otros en el colegio que frecuentaron se sintieron como en casa. Con frecuencia fueron sus maestros quienes dieron a su pensamiento una estructura clara, quienes les dieron el cariño que echaban de menos en casa y quienes, de paso, les dieron una sólida filosofía de vida.  En su entorno había personas paternales y maternales que establecieron en su vida raíces sanas.

En el diccionario de la real academia española da la siguiente definición de la palabra “raíz”: “órgano de las plantas que crece en dirección inversa a la del tallo, carece de hojas, e introducido en tierra o en otros cuerpos, absorbe de estos o de aquella las materias necesarias para el crecimiento y desarrollo del vegetal y les sirve de sostén”.

De la raíz obtenemos a menudo ungüentos que detienen inflamaciones o son buenos para enfermedades de la piel.  De las raíces sanas, de las que vive la familia, tienen una influencia sanadora en todos, padres e hijos.  Por eso a la familia le sienta bien reflexionar una y otra vez sobre sus raíces.  Las raíces tienen una virtualidad sanadora. La experiencia procedente de las raíces, el estar sostenido, inmerso en contextos relacionales mayores. Todo ello puede sanar las heridas que se producen en virtud de la convivencia.

En la Biblia se hablaba de la raíz de Jesé.  En la edad media se vinculó el árbol genealógico de Jesús con dicha raíz de Jesé. Una raíz importante de toda familia es su árbol genealógico.  La familia participa de las estrategias de superación  de sus antepasados.  Los abuelos no sólo son importantes para cuidar niños y prestar apoyo a la familia.  También hacen referencia al pasado, al árbol genealógico del que depende la familia y del que ésta recibe fuerza.  Pensemos en las costumbres y ritos de la familia como la celebración familiar de la novena de Navidad.  Los ritos permiten a la familia participar de la fuerza de la fe que tenían las generaciones pasadas, de la confianza con la que los antepasados superaron tiempos difíciles, y del anhelo que los sostuvo.  A las familias, con frecuencia tan reducidas hoy en día, les sienta bien sumergirse en la raigambre de sus historias familiares.  Así tienen la sensación de que su vida se ve nutrida desde las raíces sanas y fuertes de los antepasados.

En este bello tiempo de preparación a la Navidad y de comienzo de un nuevo año civil los invito a que se tomen  un tiempo para preguntarnos por nuestros padres y por las personas importantes en la historia de nuestra vida: ¿qué les sostenía? ¿Cuáles eran las raíces de la que vivían?, ¿cuál era su anhelo? ¿Con que principios regían sus vidas? ¿Cuáles son las “huellas” que esas personas han dejado en mí?, ¿qué tomo yo de estas raíces de mi familia y de mi historia personal?, ¿de qué manera me marcan?

A todas las parejas y familias que han caminado con nosotros en los Encuentro de Renovación Matrimonial, Asamblea de los viernes, Comunidad base y de servidores; a nuestras queridas sicólogas y profesionales al servicio de la familia en “Casa Alegría” y a todos los que han pasado por las asesorías un saludo especial de feliz Navidad y próspero año nuevo 20010.  Recuerden que queremos ser una gran familia  donde Cristo viva y reine en nuestros corazones por la fe, la esperanza y el amor.

Para todos un agradecimiento por el granito de arena que han colocado para el crecimiento de esta bella Comunidad y de la Pastoral Familiar del Minuto de Dios.  A todos los recuerdo con cariño sacerdotal en mi oración y los entrego a los corazones amantes de Jesús y de María,

P. Raúl Téllez V. CJM

Director Pastoral Familiar Minuto de Dios

rtellezv@hotmail.com


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