Estamos  acostumbrados  a afirmar que la vocación es un asunto que le compete sólo a algunas personas como los sacerdotes y los religiosos o las religiosas. Al contrario, San Pablo escribiendo a todos los cristianos de Efeso dice sencillamente así:  “Los exhorto, pues, yo, prisionero por el Señor, a que vivan de una manera digna de la vocación con que han sido llamados” (Ef 4,1). Esta dimensión vocacional del matrimonio cristiano es una novedad en la que insiste la Iglesia de hoy.

Cuando se habla del matrimonio como un proyecto, la afirmación es aceptada por la mayoría.  Esto se sabe:  el proyectar la vida de pareja es un llamado a la libertad de dos personas, el deseo de afrontar el futuro con ojos abiertos, tal vez con un poco de riesgo, pero siempre con los pies bien puestos sobre la tierra, es decir, con un sano realismo.

Pero la vocación es otra cosa.  Es una palabra que permite ver a Dios en  medio de la decisión  que toman  los novios y futuros esposos.  Algunos podrían objetar “pero por qué entra Dios en nuestro amor? O en nuestra decisión de ser pareja?  Otros podrían decir: “Nosotros nos hemos conocido en un modo totalmente casual en el trabajo, en una discoteca, en un paseo o en una reunión familiar. Entonces, es propiamente Dios quien nos ha hecho encontrar?”.

Muchas parejas no pueden señalar en el tiempo, el instante preciso en que nació la intuición o la certeza de ser hechos el uno para el otro. El nacimiento del  amor que une a dos personas es en el fondo un misterio. Es cierto que la pareja en el camino que van haciendo poco a poco se dan cuenta del propósito de un común proyecto de vida.  Pero para una persona de fe, Dios obra y nos pide tomar conciencia que el compromiso del matrimonio es una respuesta, no sólo del hombre hacia la mujer, sino también es una respuesta de los dos a Dios que los llama.

Justamente las parejas creyentes podrán decir:  “Dios nos ha hecho encontrar, para construir junto un proyecto de vida, para realizar una misión en la Iglesia y en el mundo”.  Las implicaciones de esta conciencia vocacional del matrimonio cristiano son diversas:

- El matrimonio no es un simple “organizar la vida” como sueñan algunos jóvenes y recomiendan sus padres.  Tampoco es una experiencia privada o individual de dos personas que se quieren mucho.

- El matrimonio cristiano es el camino más común para una plena realización personal, en el don de sí hacia la otra persona.  Hombre y mujer no se usan, se entregan y en donarse totalmente se re-encuentran a sí mismos.  “Y se hacen una sola carne” (Gn 2, 24)

- El matrimonio-vocación es un acontecimiento personal y comunitario.  Se llega a ser marido y mujer en una comunidad cristiana, de frente a la cual y a su ministro se asumen unos compromisos concretos.

- El matrimonio, como respuesta a una llamada, significa sobretodo que en la nueva casa en la que se inicia la vida de los esposos, Dios no puede faltar.   Él es la fuente del amor, de la vida; Él es la insustituible presencia que acompaña un camino de sueños y de momentos gratificantes, pero, no sin dificultades y cansancios.  En conclusión, se necesitan ser tres para casarse, para no condenar el amor a la corta duración de sólo los recursos humanos o la inestabilidad de los sentimientos.

El matrimonio no es un simple remedio a las debilidades humanas y afectivas, sino ante todo, un llamado a vivir la plenitud de la vida cristiana en pareja. Una vida auténticamente humana y humanizadora, centrada en Cristo y que transparenta progresivamente las virtudes de la fe, la esperanza y el amor.  La vocación cristiana nace en el bautismo y asume una forma adulta en el matrimonio, gracias a la vida de recíproca, exclusiva y permanente entrega de los cónyuges.  Esto supone que los dos sean personas de oración, con un nivel de madurez humana que los haga capaces de compromisos y tenacidad en lo momentos de crisis.  Aquí es donde los esposos necesitan una espiritualidad que sepa integrar la oración y la realidad conyugal y familiar. Lo afirma muy bellamente el Concilio Vaticano II:

“Para cumplir con constancia los deberes de esta vocación cristiana, se requiere una insigne virtud; por eso los esposos, fortalecidos por la gracia para la vida santa, cultivarán y  pedirán en la oración con asiduidad, la firmeza del amor, la magnanimidad y el espíritu de sacrificio. (GS n. 49b)”

Espero que muchos de ustedes estén aprovechando el libro “La espiritualidad conyugal en perspectiva latinoamericana.  Evolución doctrinal, fundamentación antropológica – bíblica -  teológica y  perspectivas pastorales”.  Es un aporte para todas la parejas que quieran tomar en serio su vida matrimonial como un camino a la santidad.

A todos los recuerdos en mi oración y los entrego a los corazones amantes de Jesús y de María,

P. Raúl Téllez V. CJM

Pastoral Familiar Minuto de Dios

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